martes, 9 de agosto de 2011

"El Forastero y la Novia" - Portada y mapa

      Sagaz y cosumado narrador, Juan Sosa, con seguros, firmes y certeros trazos- a modo del pájaro gaucho que sabiamente distribuye el barro, las briznas y pajitas para crear su nido- conforma el entramado de su obra, cuya complejidad distiende con una pluma ágil, clara , sencilla, directa y un mesurado cuanto elogiable empleo de los recursos expresivos.
     “El Forastero y la Novia” podría calificarse como una moderna novela romántica. Moderna por la cercanía de tiempos, personajes y lugares y el lenguaje más actual, coloquial y directo. Romántica por la exaltación del sentimiento; la presencia de los sobrenatural y del misterio; la búsqueda de la soledad y persecución de fantasmas e imposibles; ruinas, sepulcros, irrealidad, y un oculto pasado que se vuelve presente obsesivo, tenaz, imperioso. Asimismo creemos que la elección de la forma epistolar es todo un acierto: estilo que se inspira en viejos odres, esta vez para contener el vino nuevo.
     Siguiendo los consejos de su amigo Luis, Jorge, el protagonista, -músico- viaja al norte con la finalidad de “recomponer mi vida de ese duro golpe que el destino me asestó cuando todo se abría en un hermoso futuro…” La llegada a Tacuarembó, el recorrido en otro coche, “…sin rumbo… sin destinos ni horarios fijados de antemano”. Y su imprevisible decisión de quedarse en un pequeño pueblo, cobran forma en una primera carta fechada el 17/3 y a la que seguirán otras y otras, escritas semanalmente, por lo general los días lunes, durante poco más de seis meses.
    A medida que avanzamos en la lectura, nos va cautivando, en veces el apasionamiento del romántico; en otras, la remansada descripción de nuestros paisajes campesinos y vívidas escenas trabajadas con personalidad y altura, sin concesiones a lo vulgar o chabacano.
     Juan Sosa atesora y prodiga, de ese modo, una gran virtud de novelista: atrapar desde el primer instante de su trama el interés y la atención del lector que se ve inmerso en el mundo que describe, identificándose con el protagonista, sentirse él mismo el héroe o celebrando la recuperación del personaje “cada día me siento más empapado de la naturaleza que me rodea y más alejado del drama que viví…”
     En suma, una obra que se lee con placer y avidez, que rescata lo escencial del romanticismo –patrimonio, sin duda, de sus jóvenes lecturas- y lo integra en una obra cercana en tiempo y espacio. Y Juan Sosa la describe con frescura, el encanto y hasta la inocencia original del escritor de “tierra adentro”, de criolla estirpe campesina –maestro rural por más señas-, lejos del smog de las grandes ciudades y la artificiosidad de las musas urbanas.
     Cada lector encontrará, sin duda, la imagen de un mundo trascendente que prolongará en su espíritu, resonancias luminosas.
                                                        Gerardo Molina 

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